Ojalá no tengamos que pensar en ello

Hacía tiempo que no me encontraba con Julio Léon, tan absorto está en otros proyectos que me privan de él y de sus reflexiones. Anoche sí estaba en su despacho, volcado, como si de un paisaje inmenso se tratara, sobre su cuaderno, la mirada concentrada, el gesto adusto, con el entrecejo levemente tenso, la respiración profunda y agitada a un tiempo, la de aquel que trabaja duro y lo entrega todo. Escuchaba el rasgar de su pluma sobre el papel como si fueran filos de espada en un combate a primera sangre ente caballeros.

No dije nada. Habría sido imperdonable sacarle de ese estado. Además, me habría arrojado lo que más a mano hubiera tenido con certero ojo. Di marcha atrás, conteniendo mis pasos y me preparé un té. Solo había que esperar.

Al cabo de un rato (yo me había dormido en el sillón de tanto mirar las nubes), le escuché trajinar en el jardín. Junto a mi taza de té frío me había dejado unos folios manuscritos. Nervioso, como siempre que voy a leerle, me restregué los ojos, me puse las gafas y leí.

Se titulaba ¡Ojalá que no tengamos que pensar en ello! y decía así:

Beatriz Galindo en Estocolmo se titula la obra de teatro que tuve la fortuna de disfrutar en el Teatro María Guerrero, de Madrid, en una sala para apenas 60 espectadores con el escenario a nuestros pies y las actrices tan cerca de nosotros que con nosotros parecían estar conversando.

Era un texto de corte feminista, pero del mejor feminismo, no de ese del que se han apropiado y desnaturalizado determinados colectivos que confunden el verdadero esfuerzo en pos de la igualdad real entre hombres y mujeres con otras reivindicaciones oportunistas y radicales que nada tienen que solo sirven para acentuar odios y desprecios.

Qué gran esfuerzo derrochaba la obra de Blanca Baltés para recuperar no solo los nombres de mujeres que tanto aportaron y de las que tan poco se habla. En general, batallaron con mejor o peor fortuna en torno a la generación del 27. Sin embargo, todos sabemos quién fue Juan Ramón Jiménez o Federico García Lorca, pero quién sabe algo acerca de Isabel Oyarzábal o Concha Méndez. Una vez más, y van tantas que es imposible contarlas, solo ellos acaban siendo memoria, solo ellos trascienden, solo ellos parecen haber existido y logrado y penado, triunfado, llorado, reído, progresado, escrito y publicado... solo ellos son historia. Solo ellos, solo nosotros, los hombres. 

Ojalá no tengamos que pensar en ello. ¿Llegará un día en que no digamos cosas como "mira, esa pintora es mujer", del mismo modo que no decimos "mira, ese pintor es hombre". Sustituyan la actividad de pintar por cualquier otro verbo de nuestro rico diccionario. Me vale.  Los hombres hacen y ninguno nos planteamos la circunstancia de que sea un hombre, pero sí de que sea una mujer. Si hace algo meritorio destacamos su sexo, mujer, como si no fuera natural en ellas hacerlo tal como es natural que los hombres lo hagan. 

Consiguen las mujeres hitos en todos los ámbitos del quehacer humano que el feminismo (el rancio y perverso tanto como el que habla con propiedad) y todos aquellos humanos de bien celebramos. Sin embargo, no debería ser así; no la celebración sino el hito mismo. ¿Que cierta mujer logra algo diferente, una cota antes no alcanzada?, genial, pero que no se celebre porque lo haya conseguido una mujer sino esa persona en concreto, sea cuál sea su sexo. Ha sido alguien que ha sacado lo mejor de sí misma y ha logrado algo admirable. ¡Fenomenal! Triunfo para todos, no solo para las mujeres.

Pero claro, aún seguimos pensando en ello. Es decir, no es natural y mientras no lo sea, seguimos marcando diferencias, por mucho que nuestra intención sea hacer que esas diferencias desaparezcan.

Aún los seres humanos no somos libres porque hombres y mujeres no gozamos de la misma libertad. Y no solo me refiero a la podríamos llamar legal (igualdad de sueldos ante la misma ocupación, a representar y ser representados, pongan los ejemplos que deseen), sino a que las mujeres puedan pasear solas sin miedo a que las violen (todos tenemos miedo a que andando solos en la noche nos asalten, pero a mí me quitarán el dinero y la vida si me pongo bravo, pero no temo ser agredido sexualmente), a vestir como les dé la gana sin que se interprete como lo que no es, a decidir cuántas horas le echan al trabajo, a luchar por su carrera profesional sin otro condicionantes que los que pudiera tener cualquier hombre (incluida la familia)... 

Podría enumerar infinitas situaciones en las que esa libertad no es real (quisiera añadir "todavía", pero lo veo lejano, soy pesimista, qué le voy a hacer). No obstante, debemos seguir en la brecha, juntos en esta tarea. 

Rehuso expresamente la palabra contienda o sinónimos porque no es una batalla de sexos. La dignidad es la clave, la dignidad de todos y de todas, el eje que nos debe llevar en pos de la libertad, la libertad real.

Ojalá llegue un día en que no tengamos que pensar en ello, en esa libertad coartada para algunas, natural en nosotros. 

¡Ojalá!

Me quedo pensativo y no sé salir del ojalá. Lo simple que puedo llegar a ser yo.


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