Esa misma noche...

Esa misma noche me llegó otra nota de Julio León. La leí con cierta ansiedad porque no era habitual que en un mismo día Julio León se desnudara el alma ante un semejante varias veces. Sin embargo, la lectura de esta última nota del día me llenó de cierta esperanza.

Me informaba Julio León que la niebla se había disipado y el cristál traslúcido de sus ojos se había disuelto con las lágrimas de los parpadeos; que la luz le llegaba clara y la confusión se había diluido entre las nubes que deshilachaba un viento frío y sano.

Decía ser consciente ahora del montante de enseres que debía sacar de su equipaje para viajar con las fuerzas ajustadas y el entendimiento concentrado.

No alardeaba de ser un hombre bueno, pues esto reconocía ser falso, dos conceptos irreconciliables. Su piel, decía, era el perímetro inmutable del mismo contenido de ayer mismo. Pero sí, se atribuía un valor que la víspera desconocía poseer, un entusiasmo renovado, carente de euforia, y cierta prisa por comenzar la innovación de su espíritu.

Me congratularon sus palabras y me preocuparon, no obstante, también. A mi mente vinieron los criterios del diagnóstico del trasporno afectivo bipolar. Si antes había decidido estar alerta, ahora era obligación fraternal. Bien estaba su disposición, no podía negarlo. Bien estaba, igualmente, una atenta vigilancia por mi parte.

Sic erat scriptum.

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