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Ojalá no tengamos que pensar en ello

Hacía tiempo que no me encontraba con Julio Léon, tan absorto está en otros proyectos que me privan de él y de sus reflexiones. Anoche sí estaba en su despacho, volcado, como si de un paisaje inmenso se tratara, sobre su cuaderno, la mirada concentrada, el gesto adusto, con el entrecejo levemente tenso, la respiración profunda y agitada a un tiempo, la de aquel que trabaja duro y lo entrega todo. Escuchaba el rasgar de su pluma sobre el papel como si fueran filos de espada en un combate a primera sangre ente caballeros. No dije nada. Habría sido imperdonable sacarle de ese estado. Además, me habría arrojado lo que más a mano hubiera tenido con certero ojo. Di marcha atrás, conteniendo mis pasos y me preparé un té. Solo había que esperar. Al cabo de un rato (yo me había dormido en el sillón de tanto mirar las nubes), le escuché trajinar en el jardín. Junto a mi taza de té frío me había dejado unos folios manuscritos. Nervioso, como siempre que voy a leerle, me restregué los ojos, me

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