Inconcluso... inconcl...

Me dice Julio León, al que encuentro cabizbajo esta mañana de domingo, como agazapado en un claroscuro, junto a su ventana favorita, la que da a poniente, que se siente fascinado por lo inconcluso.

-¿Lo inconcluso? -pregunto estúpidamente, porque la pregunta que hago da por supuesto que estúpida me parece su reflexión, cuando, de hecho, es cualquier cosa menos eso, y más viniendo de él.

Pero Julio León no me lo tiene en cuenta (es un ser prudente y considerado) y sigue reflexionando en voz alta. En realidad, que yo esté a su lado no es más que una excusa. No necesita a nadie para pensar, pero le gusta creer que hacerlo con alguien cerca, mientras conversa, le hace ser, o, al menos, parecer, más sociable. Cree que, para pensar, hay que dialogar, aunque sea con uno mismo. 

-Lo inconcluso -continúa - es fascinante. Nos habla de nuestra debilidad que, al mismo tiempo, es nuestra fortaleza. ¿Cuándo podemos dar por terminado algo, una obra literaria, una ópera, un cuadro, un edificio, un puente? ¿Una vida? ¿Quién decide si ya sido concluida? ¿Cuando se pone la palabra fin? ¿Cuando se baja el telón? ¿Cuando lo firmas? ¿Cuando cortas la cinta de colores el día de la inauguración? ¿Cuando te mueres?

-Yo diría que sí a todo -respondo con cierto titubeo, porque me da que mi respuesta es errónea.

-No sé, no sé -responde condescendiente, porque no desea herir mi autoestima -. Cuando menos, todas ellas son discutibles. ¿Acaso toda obra literaria no se vuelve a construir con cada lectura? Cada lector, cada vez que sigue con su mirada las hileras de palabras, recrea una obra distinta en su mente, lo que, al fin y al cabo, es el objetivo buscado por el escritor. Es algo que ocurre en todas, incluso en las de final "cerrado", entrecomillo. Ya no digo aquellas que lo tienen abierto. Concedo la ilusión de pensar que se ha terminado su elaboración porque en algún momento hay que entregársela al editor para que la imprima, pero esto solo es un paso en el proceso creativo. Eso sí, el que te permite cobrar derechos para seguir, miserablemente, escribiendo.

-¿Y un cuadro?

-¿Acaso no sucede lo mismo? Cada persona que ve un cuadro, supuestamente terminado, lo contempla aportando su propia imaginación, ya sea estéril o desenfrenada, transformando la visión del cuadro en algo inacabable y diferente cada vez, en un futuro interminable mientras haya quien lo mire. Y eso si damos por hecho que el pintor lo da por terminado, lo que es más que discutible. Cézanne no firmaba nunca sus obras porque nunca las consideraba terminadas. ¿Cuando dar la última pincelada? Es lo mismo que en la escritura. ¿Cuando dar por buena la última revisión? Cézanne lo hacía de un modo consciente; otros, simplemente, no pudieron terminar sus obras y no por ello dejamos de admirarlas. Mozart no terminó su Requiem, ni Mahler su Décima sinfonía. Billy Budd, marinero, del inmortal autor de Moby Dick, nunca fue terminada y, sin embargo, pude ir al estreno en el Teatro Real de Madrid este año. Ni siquiera Puccini terminó su Turandot. Y qué decir de la Inconclusa Sinfonía en sí menor de Schubert. Podría seguir pero sería una labor que nunca concluiría...

-Seguiríamos en las mismas - atiné a completar.

-Da igual si no se concluye una obra por defunción o por abandono. Nuestro propio cuerpo, según envejece, renueva sus moléculas no sé cuántas veces a lo largo de la vida. Seguimos siendo los mismos aunque diferentes y nuestros proyectos, ambiciosos o conformistas, tampoco se alcanzan. Nietzsche decía que una meta que se alcanza no es una meta. Es el mismo esquema que la lectura interminable de cada novela o la representación de una ópera o de una obra teatral o la interpretación de cualquier partitura, sea del tipo de música que sea.  Te hace pensar en el concepto de infinito, ¿no es verdad?

Quise decirle que sí, pero ya me sentía apabullado pensando en la lista de cosas que debía "terminar" en el trabajo.

-Yo ya soy viejo -murmuró -y, aunque, a veces, me digo que ya estoy acabado, sé que estoy lejos, muy lejos de estarlo. Me quedan tantas cosas por hacer. En realidad, debería decir que me quedan tantas cosas por dejar sin terminar... Ahí está nuestra fuerza. Siempre podemos ir más allá. La labor nunca se termina, podemos mejorarla, ampliarla, transformarla, como a nosotros mismos. No puedo dejar de evolucionar y la muerte no hará sino interrumpir un apasionante esfuerzo sin concluir. 

Se quedó un rato callado, perdida la mirada a través de la ventana. Había comenzado a llover y hacía viento. Se apoderaba de él la melancolía. Entonces, frente a su reflejo en el cristal, dijo: ningún hombre ha llegado a ser él mismo por completo.

-Ya.

-Es una cita de Herman Hesse, de su Demian -me informó buscando mi mirada en el reflejo.

Después, guardó silencio, un silencio profundo, del que yo sabía que no podría sacarle. Era momento de dejarle solo. Yo trataría de sacar mis conclusiones. E inmediatamente pensé que esta palabra, conclusión, podía llegar a ser una contradicción en sí misma. Decidí seguir refl....


Comentarios

Entradas populares