¿Inconcluso? Inconcluso.
Definitivamente, Julio León no tiene remedio. Su forma de actuar refleja su forma de ser y estar en el mundo. Lo inconcluso, lo empezado y no terminado, es una de sus señas de identidad, aunque le constará reconocerlo en voz alta. No hace falta que lo verbalice. Él habla cuando escribe y uno de sus modos más característicos es empleando listados.
Apasionado de las listas que es, me encuentro en un trozo de papel desgarrado de un cuaderno antiguo, quizá como intento por reciclar lo posible ese preciado elemento por el que penaron tantos escritores en el pasado, una columna de títulos y autores escritos con rapidez, como si hubiera deseado acometer la empresa a toda velocidad y sufrir sus efectos, anticipados, seguro, lo antes posible. Después, se ha debido marchar compungido, afectado por la verdad de ese listado delator, acusador, ofensivo.
No me hace falta investigar mucho para averiguar que son los libros que está leyendo en la actualidad. Cuando habitualmente le pregunto que cuántos libros está leyendo en ese momento, suele contestar que dos o tres. Cuento los títulos del trozo de papel, a ver, uno, dos, tres... DIEZ libros y una revista. Dos o tres, me dice.
Son lo siguientes:
En papel, en inglés, Anatomy of violence, de Adrian Raine, The moral obligation to be intelligent, de Lionel Trilling, Trilogy of New York, de Paul Auster.
En papel, en español, Consigue la foto, de John G. Morris, Ontogenia y filogenia, de Stephen Jay Gould, Sin miedo al retrato, de José Antonio Fernández, Neurología (quinta edición), de J. J. Zarranz, Memento mori, de César Pérez Gellida.
En formato electrónico, Huellas, de Ida Fink, Ensayos, de George Orwell.
Revista Letras Libres, abril de 2017.
Sí, lo inconcluso forma parte de él, que no para de hablar de su biografía inconclusa, la que todos escribimos al respirar y a la que nunca llegamos a poner la palabra FIN como Dios manda o, al menos, como nos gustaría hacerlo.
¿No ha de serlo la suya también? Como si no le quedaran listas que hacer.
Apasionado de las listas que es, me encuentro en un trozo de papel desgarrado de un cuaderno antiguo, quizá como intento por reciclar lo posible ese preciado elemento por el que penaron tantos escritores en el pasado, una columna de títulos y autores escritos con rapidez, como si hubiera deseado acometer la empresa a toda velocidad y sufrir sus efectos, anticipados, seguro, lo antes posible. Después, se ha debido marchar compungido, afectado por la verdad de ese listado delator, acusador, ofensivo.
No me hace falta investigar mucho para averiguar que son los libros que está leyendo en la actualidad. Cuando habitualmente le pregunto que cuántos libros está leyendo en ese momento, suele contestar que dos o tres. Cuento los títulos del trozo de papel, a ver, uno, dos, tres... DIEZ libros y una revista. Dos o tres, me dice.
Son lo siguientes:
En papel, en inglés, Anatomy of violence, de Adrian Raine, The moral obligation to be intelligent, de Lionel Trilling, Trilogy of New York, de Paul Auster.
En papel, en español, Consigue la foto, de John G. Morris, Ontogenia y filogenia, de Stephen Jay Gould, Sin miedo al retrato, de José Antonio Fernández, Neurología (quinta edición), de J. J. Zarranz, Memento mori, de César Pérez Gellida.
En formato electrónico, Huellas, de Ida Fink, Ensayos, de George Orwell.
Revista Letras Libres, abril de 2017.
Sí, lo inconcluso forma parte de él, que no para de hablar de su biografía inconclusa, la que todos escribimos al respirar y a la que nunca llegamos a poner la palabra FIN como Dios manda o, al menos, como nos gustaría hacerlo.
¿No ha de serlo la suya también? Como si no le quedaran listas que hacer.
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